Lo que más llamaba la atención de "Tiroliro" era el enorme tamaño de su boca llena de grandes dientes que asomaban al exterior cuando se reía, y que resaltaba en su pequeña y rapada cabeza, toda ella una prolongación del cuello, sólo interrumpida por sus ojos rasgados y sus prominentes orejas. Vestía una holgada chaqueta con unos raidos y largos pantalones para su estatura, que caían sobre sus zapatones. Este singular personaje que deambulaba por Villagarcía, aparecía esporádicamente por la antigua estación de ferrocarril a donde llegaba desde Padrón de donde era natural, subiéndose al tren. Los revisores ya no le pedían billete y los viajeros tan sólo sentían curiosidad por saber quién era aquel personaje que TAN tranquilamente leía el periódico del revés. Desde la estación deambulaba hasta el Parque de Compostela, para terminar comiendo en casa de algún vecino padronés de por allí cerca. Muy pocas veces se le podía ver en el centro del pueblo pidiéndo un patacón sin grandes exigencias. Una de sus aficiones era preguntar por el barco de la Compañía Transmediterranea el "Río Francolí", que cubría la ruta de Canarias y que venía con frecuencia al puerto, no sé si porqué pretendía emigrar. Pero su afición favorita era hacer el tren y pasaba enormes ratos andando hacia delante y hacia atrás con el clásico ¡Chu, chu, chu!
En una ocasión que hice un viaje al Convento de Herbón, al pasear por la hermosa alameda a la orilla del Ulla, oí que me decían "¡Oes, es tí!" y al mirar vi al "Tiroliro" tumbado sobre el cesped con los brazos bajo la cabeza. Estaba en aquel lugar como un rey, disfrutando como nadie de aquella belleza y tranquilidad, completamente relajado. Y es que a veces quién más disfruta de la vida, no es precisamente aquel que está cargado de riquezas y sabiduría.
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